Response Paper
OT300
For my reflection on OT 300 I was intrigued by Dr. Waltke's notion of surd evil and its applicability to our understanding of the pandemic we are facing. I decided to draw on the course material to preach a sermon on God and evil from Genesis 1:2-5. I am including the text of the sermon here:
Desordenada y vacía: Dios ante la maldad
Génesis 1:2-5
Introducción
Elie Wiesel, en su famosa memoria Noche, escribe de una escena conmovedora durante su estancia en el campo de concentración Nazi de Auschwitz. Un judío holandés fue capturado intentando proveer armas a las fuerzas armadas. Junto con el hombre, tenía un crío, lo que en ese momento llamaban un pipel. Las autoridades Nazi trasladaron los prisioneros a Auschwitz para que, como parte de su campaña de terror en contra de los judíos, fueran ejecutados allí ante la mirada de la multitud de prisioneros. Wiesel recuerda la noche cuando regresaban de trabajar y vieron las horcas acomodadas en el centro del campo. En la distancia vio la procesión de los soldados con dos prisioneros en cadenas. Uno alto y el otro bajito. En la medida que los reos se acercaban notó que el bajito era un niño – tal vez de unos 8 años de edad. Ya acercados a la horca, los soldados removieron las cadenas de los prisioneros y los dirigieron a las sillas colocadas debajo de la horca.
Estiraron las sogas y las colocaron alrededor de los cuellos del hombre y del
pequeño. Weisel escuchaba una voz detrás de él que preguntaba: ¿dónde está
Dios? ¿Dónde está? Weisel sostenía la mirada en el prisionero. “Viva la
libertad” gritó el prisionero justo en el momento que el soldado pataleó la
silla. El niño miraba hacia a la multitud en silencio mientras que el sostén
debajo de sus pies desapareció. Los soldados gritaban a la multitud. ¡Vean
estos! ¡Así terminará cada uno de ustedes! Pero la multitud en unísono se
cubría los ojos. Weisel, descubriendo sus ojos, vio el cuerpo inerte del
hombre. Sus pies y brazos tiesos. Cuando alzó la vista para ver su cara vio los
ojos abiertos y la lengua, de color azul, colgando por debajo de la barbilla.
Movió su mirada, como no queriendo, a la izquierda y vio que el niño aun estaba
moviendo. Sus piernas pataleaban y sus manos sostenían con fuerza la soga. El
peso del niño hizo que su ejecución durara más de 30 minutos antes de que por
fin el cuerpo fallara. Weisel recuerda esa voz detrás de él que preguntaba
¿Dónde está Dios? y comenta que en su interior contestó: Dios está allí colgado
de esa horca, sufriendo una pena inmerecida y cruel. Weisel es un ateo, no como
el burlador o el renuente, sino que es un ateo que ha perdido, en sus propias
palabras, la habilidad de creer en Dios. Weisel enfrentó de una forma dramática
lo que los filósofos han llamado el problema del mal.
El problema del mal es un enigma lógico y evidenciario. En el nivel lógico, causa dificultad cuadrar la proposición que Dios es omnipotente, omnisciente y benévolo con la realidad de la maldad que impera en el mundo. Fue el filósofo británico David Hume que lo puso de esta forma. Dijo, si Dios es todo poderoso, entonces tiene la habilidad de erradicar la maldad del mundo. Si tiene la habilidad y no quiere, no puede ser benévolo. Si quiere, pero no tiene la habilidad, no puede ser omnipotente. La existencia de la maldad en el mundo, aseguraba Hume, rotundamente niega la existencia de un Dios omnipotente y benévolo. Los ateos, por cientos de años se han agarrado de este problema lógico para justificar y racionalizar su incredulidad. En el nivel de la evidencia, sin embargo, notamos otra dimensión del problema. La verdad es que
en este mundo a menudo parece que las cosas malas suceden a personas buenas y
muchas veces parece que las cosas buenas les suceden a personas malas. Las
desigualdades sociales, políticas y económicas seguramente explican mucho de
este enigma, pero vemos también que desastres naturales, terremotos, incendios
y plagas también afectan en desmedida a aquellos que como diríamos coloquialmente “no la pagan ni la deben.”
Los teólogos y filósofos se han acercado a este problema de
múltiples maneras en lo que se ha venido a conocer como la teodicea. La
teodicea es el esfuerzo por resaltar la justicia de Dios ante la maldad del
mundo. Fue Agustín de Hipona que dijo que no hay ningún problema en realidad ya que la maldad no es otra cosa que la ausencia de Dios. Otros teólogos más
recientes como Clark Pinnock, defendiendo la postura del teísmo abierto, dicen
que el problema del mal no es un problema porque Dios no sabe todo. Hay
apertura, dicen estos teólogos, en el conocimiento de Dios así que la maldad
ocurre sin que Dios sepa. Una tercera respuesta fue dada por el filósofo alemán
Gottfried Leibniz que dijo que hay maldad en el mundo pero que tal maldad es
necesaria para que el mundo exista. Dios creó, según Leibnitz, el mejor de
todos los mundos posibles. Si Dios quería darles a los seres humanos libre
albedrío entonces tendría que permitir la maldad. De otra forma, hubiera creado
a criaturas totalmente determinadas lo cual sería un mundo peor que el que
tenemos. Esta respuesta fue criticada sagazmente por el satirista francés
Voltaire en su obra Candide. Y por último, tenemos las respuestas de la teología
actual que nos dicen que si nos va mal es porque tenemos algún pecado no
confesado u otros que dicen que tal vez es una maldición generacional – que tal
vez vuestros padres o abuelos o bisabuelos hicieron algo para acercarnos a la
maldad.
Las respuestas filosóficas al problema del mal dejan mucho por
esperar, sin lugar a duda. Pero ¿cómo es que la Biblia misma trata con este
problema? ¿Qué respuesta encontramos en la Palabra de Dios a la angustiante
desesperación de un Elie Wiesel? Y ¿cómo es que Dios a través de su Palabra
consuela a sus hijos ante tanta maldad imperante en el mundo? ¿Cómo nos
consuela ante terremotos, huracanes, maremotos y tornados? ¿Cómo nos consuela
ante la maldad humana que conduce a guerras, a protestas armadas, a genocidios?
¿Cómo nos consuela ante una pandemia global de coronavirus que ya ha arrasado
con más de 85,000 personas solamente en los Estados Unidos? Hermanos, la Biblia
no niega la existencia de la maldad en el mundo ni tampoco limita el carácter
de Dios para poder explicarlo. La Biblia nos presenta el cuadro de un Dios que se
enfrenta directamente con la maldad y que la aplasta de forma decisiva. Ese
cuadro inicia en la creación y no termina hasta el final de los tiempos – pero
no cabe duda que ésta es la postura bíblica. En esta tarde, quiero mostrarles
cómo este problema perenne del mal es tratado aun en el relato de la creación.
En la creación, Dios se enfrenta no a una masa inerte ni a una colección de
materiales primas. En la creación, Dios crea de la nada. Creatio ex nihilo
ha sido la confesión de la iglesia cristiana por más de dos siglos. Pero esa
nada es descrita en la Biblia como desorden, como un vacío, y como tinieblas
que están sobre la faz del abismo. Estas palabras representan la maldad – no la
maldad causada por las acciones y deseos de hombres despiadados – sino la
maldad que los filósofos han nombrado una maldad natural. Se refiere a esa
maldad absurda y sin razón que roba el ser humano de la vida a través de
desastres naturales, de hambrunas y de plagas, pestes y epidemias.
Pero en el principio, Dios no guardó silencio ni fue pasivo ante esta maldad natural. Al contrario, intervino en el abismo, en el desorden, en el vacío y en el caos para formar el cosmos, el universo y para habitarlo de su propia creación. Esto es lo que vemos en el primer día de la creación. Vemos que Dios mueve sobre las aguas. Dice el versículo 2: “y el Espíritu de Dios movía sobre la faz de las aguas.” Dios no está ausente en la maldad. Dios siempre está presente y activo. También vemos en el primer día de la creación que Dios habla. Dice el versículo 3: “y dijo Dios: sea la luz y fue la luz.” Dios no guarda silencio ante la maldad. Y por último vemos que en ese primer día de la creación Dios nombra. Dice el versículo 5: “y llamó Dios a la luz Día
y a las tinieblas llamó noche. Y fue la tarde y la mañana un día.” Dios no es
impotente ante la maldad sino que Dios tiene autoridad sobre ella y ejercita
esa autoridad al sojuzgar las tinieblas y al llamarlas por el nombre que Él ha determinado.
Mi deseo para ustedes, Pueblo de Dios y congregación del Señor, es
que vean la majestad y la potestad del Dios que servimos y adoramos y que vean
en Él la respuesta definitiva y decisiva ante toda la maldad del mundo. Como
cristianos necesitamos a veces recordarnos que no vivimos como el mundo, que
somos peregrinos y extranjeros en este mundo, no porque nos hemos apartado a
nosotros mismos como los Amish o los quáqueros, sino que somos peregrinos y
extranjeros porque Dios nos ha apartado y porque su mano protectora es poderosa
sobre cada aspecto de nuestra existencia, en esta vida y también en la
venidera. Necesitamos recordarnos que es en las verdades encontradas en esta
Palabra que superamos la conclusión natural y lógica del mundo que todo es un
absurdo, una náusea como decía Jean Paul Sartre, y que el único sentido que
existe en la vida es el significado que le ponemos a cada instante de nuestra
existencia. La verdad de la Palabra nos dice que el significado verdadero de
esta vida es de reconocer a Dios, de darle gracias y de glorificarle y
deleitarnos por siempre en El. Y este es el mensaje que vemos aquí en el
registro de la creación.
Entonces, hermanos, quiero mostrarles tres aspectos cruciales de la
repuesta de Dios ante la maldad que encontramos aquí Génesis 1. Primero, que
Dios mueve en medio de la maldad. Segundo, que Dios habla ante la maldad. Y
tercero que Dios nombra y ejerce autoridad sobre el mal.
Dios Mueve
Tenemos en Génesis 1:2 una muestra de los inicios del universo.
Leemos en la primera parte del versículo que “la tierra estaba desordenada y
vacía y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo.” El hebreo usa la frase tohu
wabohu para describir el escenario. Los autores del Diccionario
Teológico del Antiguo Testamento aseguran que la frase representa “una
realidad amenazante representado en el caos.” No es simplemente un vacío ni
tampoco es un estado que sea descifrable en ecuaciones matemáticas. Es un
estado de caos total; un estado de maldad. Pero aún ante este tohu wabohu,
este estado de caos, Dios no se ha ausentado. Los deístas creen en el Dios
ausente. Creen en un Dios o algún ser supremo que creó el universo y luego se
fue. Para ellos, Dios es como el relojero que pone en orden todas las piezas
del reloj, lo enrolla y deja que corra su curso. Pero este no es el Dios que
revela la Biblia. Leemos en la segunda parte del versículo 2: “y el Espíritu de
Dios se movía sobre la faz de las aguas.” Dios estaba presente en esos primeros
momentos de caos. Y no estaba viendo a la distancia, sino que estaba
íntimamente conectado con cada aspecto de esa creación. La palabra en hebreo traducida
“mover” en el versículo 2 es la misma palabra que se usa para la gallina que se
sienta encima de los huevos hasta que salgan los polluelos. De la misma manera,
Dios estuvo conectado con esta creación desordenada y vacía moviéndose,
deslizándose sobre las aguas. Dios estuvo cerca de esta maldad – se movía sobre
su faz.
Ante desastres naturales, tribulaciones incontrolables, peligros no
entendidos, el mundo mira al cristiano y pregunta, como aquel prisionero en
Auschwitz, ¿Dónde está tu Dios? Pero a diferencia de Elie Wiesel, nosotros
podemos responder acertadamente que Dios está cerca. Dice el salmista en Salmo
119:151 “cercano estás tú oh Jehová y todos tus mandamientos son verdad.” Este
es el consuelo supremo del cristiano – que Dios está siempre cerca, no está
lejos. Pero ¿cómo podemos aprovechar de la cercanía de Dios en momentos de
duda? En Deuteronomio 30:11-14 leemos: “Porque este mandamiento que yo te
ordeno hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos. No está en el cielo
para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo y nos lo traerá y nos la
hará oír para que la cumplamos? Ni está al otro lado del mar para que digas: ¿Quién
pasará por nosotros el mar para nos la traiga y nos la haga oír a fin de que la
cumplamos? Porque muy cerca está de ti la palabra en tu boca y en tu corazón
para que la cumplas.” Hermanos, la Palabra de Dios es cercana a nosotros y es
precisamente allí adonde tenemos que acudir cuando se nos pregunta y cuando
preguntamos: ¿Dónde está Dios? La Palabra está en nuestras Biblias, está en
nuestros teléfonos, está en los postes y en las paredes de nuestra casa, está
en nuestra mente y en nuestro corazón. Tal vez los jóvenes se habrán preguntado
alguna vez: ¿Por qué tanto fanatismo con mis papás con eso de “Bible verses”
por donde quiera? Lo que tienen que entender nuestros jóvenes es que la
presencia de la Palabra en cada parte de nuestra vida no es decoración ni es
fanatismo. Es mantener cerca la Palabra porque cuando está cerca la Palabra
está cerca Dios. Es interesante que cuando Pablo cita este pasaje de
Deuteronomio en Romanos 10, dice claramente que esa palabra que estaba cerca
era Cristo mismo. La presencia de Cristo con nosotros en todo tiempo en y a
través de la Palabra es nuestra fuente de consolación ante la maldad absurda
que nos rodea en este mundo.
Dios Habla
Pero Dios no solamente se hace presente ante la maldad sino que también
habla frente a la maldad. Leemos en el versículo 3: Y dijo Dios: sea la luz y
fue la luz. Dios crea no por medio de fuerzas que le son inherentes ni tampoco
por la fuerza de las huestes angelicales. Dios crea por medio de su Palabra.
Crea al hablar. Solamente tiene que decir “sea” y es. Pero sabemos que esa
palabra que en el principio dijo sea la luz y fue la luz no fue una simple
expiración de aire creando una fricción que produce ondas sonoras. La palabra
creadora de Dios, nos dice el autor de Hebreos fue Jesucristo mismo, el verbo
encarnado. Dice Hebreos 1:2-3: “en estos postreros días nos ha hablado por el
Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo;
el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia,
y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder.” Y Pablo nos dice
en Colosenses 1:15-16 que Cristo “es la imagen del Dios invisible, el
primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las
que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean
tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por
medio de él y para él.” Y esa presencia de la Palabra de Dios hace que las
tinieblas desaparezcan ante la luz resplandeciente. Dice Juan de Jesucristo en
Juan 1:4-5: “En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. La luz
en las tinieblas resplandece y las tinieblas no prevalecieron contra ella.” Entonces,
hermanos, Dios responde ante la maldad decisivamente con Cristo Jesús. Allá en
la creación, la Palabra eterna dijo sea la luz y fue la luz, y en la plenitud
de los tiempos las tinieblas causadas por la maldad desaparecieron para siempre
porque ya no hay muerte. La muerte ha sido vencida. Dice Pablo en 1 Corintios
15:54: “sorbida es la muerte en victoria.”
Cristo mismo es la fuente principal de nuestra consolación ante la
maldad en este mundo. Dice John Piper en su libro Coronavirus y Cristo: “Lo que
Dios está haciendo en el coronavirus es de mostrarnos – de forma gráfica y
dolorosa – que nada en este mundo nos da la seguridad y la satisfacción que
encontramos en la infinita grandeza y valor de Cristo.” Y sigue explicando que
“la razón por la cual Dios hace de la calamidad la ocasión para ofrecer Cristo
al mundo es que grandeza suprema y plenamente satisfactoria de Cristo brilla
más cuando Cristo sostiene el gozo en medio del sufrimiento.” Entonces,
hermano, hermana, ¿Cómo es que coronavirus te ha acercado a Dios? ¿Cómo es que
esta pandemia, esta inseguridad, este trastorno de la vida y el mundo entero,
cómo es que te ha anclado en la Palabra eterna y viviente de Dios?
Dios Nombra
Por último, hermanos, vemos que en este primer día de la creación
Dios no solamente interactuó con la tierra desordenada y vacía y no solamente
habló para que fuera la luz, sino que también nombró la luz y las tinieblas.
Leemos en el versículo 5: “y llamó Dios a la luz Día y a las tinieblas las
llamó Noche. Y fue la tarde y la mañana un día.” La palabra hebrea usada para
“llamar” es la palabra qara. Es una palabra que indica autoridad. El que
nombra es el que tiene autoridad. Nosotros nombramos a nuestros hijos y al
hacerlo revelamos nuestra autoridad sobre ellos. De la misma forma, Dios nombra
a la luz y a las tinieblas distinguiendo la una de la otra. Dios mantiene su
autoridad sobre la maldad. En su autoridad, Dios limita la maldad y la nombra
por lo que es.
Hermanos, la autoridad de Dios sobre la maldad es otra fuente de
consolación para nosotros. La autoridad de Dios nos asegura que Dios limita la
maldad. Dice Pablo en 1 Corintios 10:13: “fiel es Dios que no os dejará ser
tentados más de los que podéis resistir sino que dará también juntamente con la
tentación la salida, para que podáis soportar.” Dios ejerce su autoridad a
nuestro favor. Siempre lo ha hecho así y por eso podemos confiar y descansar,
no en el prometido milagro de la vacuna, no en ensayos clínicos de
medicamentos, sino que podemos confiar y descansar en Dios, el único que
verdaderamente tiene la autoridad sobre este coronavirus.
Conclusión
Entonces, hermanos, la Biblia nos da una respuesta contundente al
problema del sufrimiento y de la maldad. No hace falta desarrollar teodiceas
elaboradas, lo único que hace falta es mirar a Jesús. Pues Jesús es la
respuesta decisiva a la maldad en el mundo. Elie Wiesel vio un niño colgado,
luchando por su último suspiro y sufriendo de una forma despiadada y en ese
niño vio a un Dios impotente, un Dios malévolo, un Dios inconsciente. El
problema de Wiesel es que estaba viendo el madero equivocado. Con los ojos
puestos en Jesús vemos el sacrificio verdadero, el sacrificio trascendental que
es la respuesta a todos los males, incluso a la muerte misma. Hermanos, Cristo
es la respuesta al problema del sufrimiento y de la maldad. Y por eso puede
decir el instructor del Catecismo de Heidelberg en su primera pregunta: ¿Cuál
es tu único consuelo en la vida y en la muerte? La respuesta:
Que yo, con cuerpo y
alma, tanto en la vida como en la muerte, no soy dueño de mi vida, sino que
pertenezco a mi fiel Salvador Jesucristo, quien con Su preciosa sangre ha
satisfecho completamente por todos mis pecados,
y me ha redimido de todo el poder del diablo; y me preserva de tal manera que
sin la voluntad de mi Padre celestial ni siquiera un solo cabello de mi cabeza
puede caer; antes bien, todas las cosas tienen que funcionar conjuntamente para
mi salvación. Por esa razón, por Su Espíritu Santo, Él también me asegura la
vida eterna, y me dispone y prepara de todo corazón para vivir de ahora en adelante
para Él.